Muy poca gente sabe entregarse por completo a lo que está haciendo. Generalmente nos llevamos los problemas del trabajo a casa y no tenemos ocasión de disfrutar de la vida hogareña. Luego nos llevamos los problemas domésticos al trabajo y no podemos concentrarnos en el trabajo. Cuando intentamos meditar, conservamos imágenes mentales y sentimientos, y eso nos impide concentrarnos. El resultado es que nunca vivimos plenamente porque siempre estamos pensando en el pasado o en el futuro.
Si abarrotáramos nuestra casa de muebles, no tendríamos espacio para vivir. Si nuestra mente está abarrotada de planes, preocupaciones, pensamientos y aspectos emocionales, no queda espacio para nuestro verdadero yo.
Mucha gente cree que está demasiado para meditar. Incluso cuando están en casa y tienen tiempo para meditar, les parece que están demasiado distraídos. Para dirigir toda nuestra atención y energía a nuestra vida interna y a la meditación, necesitamos espacio mental.
Podemos crear conscientemente espacio para nosotros mismos. Podemos decidir dejar de la las preocupaciones del trabajo. Si eso nos ayuda, podemos visualizar dichas preocupaciones como papeles y ordenadores que hemos dejado en el despacho. Incluso podemos imaginar fronteras que separan la vida profesional de la vida domestica. También podemos crear en nuestra mente una tienda protectora de energía o de luz, que nos mantenga encerrados en casa y nos garantice intimidad absoluta para hacer lo que estemos haciendo en ese momento.
La meditación puede ser un refugio cálido y acogedor, pero es posible que nos sintamos reacios a meditar o que pensemos en la meditación como obligación. Para crear un sentimiento de amplitud y relax podemos volver a la atmósfera de nuestra infancia.
Desde la infancia hemos aprendido y experimentado muchas cosas maravillosas. No obstante, quizás el frenético estilo de vida de hoy nos atrape. Podemos convertirnos en gusanos de seda atrapados en el capullo que ellos mismos han tejido. Llega un momento en que nos ahogamos a nosotros mismos con nuestros sentimientos, opiniones, costumbres y reacciones.
Si volvemos la vista atrás recordaremos que cuando éramos niños los días parecían larguísimos. Un año era tan largo que no tenía fin. Poco a poco nuestra percepción fue cambiando. Nuestras preocupaciones, conceptos y apegos iban creciendo día tras día. Ahora ya no nos quedan espacios abiertos en la mente. A medida que crecíamos, el tiempo era cada vez más breve y ahora un año pasa en un abrir y cerrar de ojos. Y no es porque el tiempo pase más deprisa ahora, sino porque ya no tenemos espacio mental suficiente para sentirnos abiertos y libres. Vamos de un lado para otro a toda velocidad, y llenamos nuestra mente de ideas, conceptos y emociones. Cuando nuestra mente está tranquila, apreciamos cada minuto que pasa, pero si nuestra mente persigue todo lo que está ocurriendo a nuestro alrededor, tenemos la impresión de que el día ha concluido antes de haber empezado.
Rememorar la infancia puede ayudarnos a abrirnos. Como ejercicio de meditación, regresa a un recuerdo positivo de cuando eras joven y tenías pocos problemas, pasiones o presiones. Lo importante no es el recuerdo en sí, sino la sensación de espacio y libertad. En lugar de penar en el recuerdo desde fuera, haz que la sensación se extienda y extiéndete con ella. Experimenta esa sensación y consérvala, sin pensar en nada más. Siéntete plenamente niño. El pasado y el presente, el niño y el "yo" son una sola cosa, en una espaciosa unión. Contempla esta sensación de amplitud una y otra vez. Por último, traslada dicha sensación al presente….
….Pasar algún tiempo a solas con la naturaleza, sobre todo observando el espacio infinito del cielo desde la cima de una montaña, nos ayudara a hacer que la mente sea más espaciosa.
Pero la forma más eficaz de abrir espacio un espacio apacible en la mente es la meditación. Si en lugar de llenar nuestra mente de imágenes y sentimientos negativos, logramos volver a la naturaleza celestial de la mente, surgirá un amanecer de paz y sabiduría.
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