El observador - Andreu Belsunces Gonçalves
El neurocientífico y escritor de best sellers Richard
Davidson investigó la conexión entre el cerebro y las emociones, llegando a la
conclusión de que estas últimas influyen en la salud y bienestar
La forma en la que nos percibimos y pensamos, tanto en
relación a nosotros mismos como a nuestro entorno, depende de muchos factores.
Aprendemos a procesar e interpretar nuestros sentimientos en el seno familiar,
los ponemos en juego con amigos y parejas, y vemos cómo sienten otras personas
no solo en nuestras relaciones, sino también en películas, novelas, canciones o
poesías. Las emociones, influidas por nuestra visión de la vida, son la línea
directa entre el mundo que nos rodea y nuestro fuero interno.
Tradicionalmente, la reflexión sobre las emociones ha sido
fecunda en disciplinas como la psicología, sociología o filosofía, así como en
artes como la literatura, manteniéndose generalmente alejada de las llamadas
ciencias puras. De hecho, incluso la neurociencia, el conjunto de disciplinas
que estudian el funcionamiento del sistema nervioso en busca de explicaciones
biológicas de la conducta, han dado prioridad a la forma en la que pensamos,
por encima de la manera en la que sentimos.
El más menospreciado
Recientemente, el neurocientífico y escritor de best sellers
Richard Davidson, experto en la intersección entre neurociencia y emoción, ha
presentado un estudio que da un paso al frente con argumentos contrastados en
la creencia popular de que los sentimientos influyen en la salud y bienestar
general. Puede sonar a verso de autoayuda new age, pero sus afirmaciones son
contundentes.
Las emociones han cumplido una importante función en el
proceso evolutivo por formar parte de la experiencia y comportamiento. Según el
autor, las emociones surgen en el curso de la evolución por una razón: promover
la supervivencia. Facilitan la adaptación del organismo a su entorno. Surgen
para solucionar tipos específicos de problemas.
De hecho, aclara Davidson, las emociones no serían una parte
tan robusta de nuestra experiencia si no tuvieran un profundo origen evolutivo.
Aún hoy en día, y a pesar de los avances hechos en este
campo, muchos psicólogos y científicos piensan que la región del cerebro
llamada cortex prefontal, cuya función es coordinar pensamientos y acciones de
acuerdo a objetivos determinados, funciona sin demasiada influencia de las
emociones. Davidson critica esta perspectiva sentenciando que es un anacronismo
asumir que pensamientos y sentimientos
pertenecen a reinos separados.
Estilos emocionales
Del mismo modo que nadie dudaría en pensar que cada uno
tiene una forma particular de personalidad, las investigaciones de Davidson
sostienen que cada persona tiene también una forma específica de estilo
emocional que está determinado por seis componentes.
Las mismas son: la capacidad de recuperarse a la adversidad,
de mantener las emociones positivas, de adaptación emocional al contexto, la
sensibilidad a las “señales sociales”, la consciencia de uno mismo y de las
necesidades propias, y cuán centrado o disperso se es.
En sus investigaciones sobre los efectos de la meditación
(entendida como un ejercicio mental) en la capacidad de adaptación que tienen
las neuronas al cambio, Davidson se entrevistó con el Dalai Lama. El líder del
budismo tibetano le sugirió que, si la neurociencia podía investigar emociones
como el miedo o la depresión, también debería poder profundizar en la bondad y
la compasión.
Fue por ello que este experto empezó a investigar en qué
medida la meditación puede fomentar cambios en el cerebro y promover
comportamientos asociados a cualidades positivas de la mente.
Así, y tal como una persona puede ejercitar su cuerpo o
aprender a tocar un instrumento, ser feliz también es una capacidad que se
puede mejorar, pero como todo, requiere práctica. Cultivando intencionalmente
los patrones emocionales, es posible ser responsables de las propias emociones.
Del mismo modo que tenemos hábitos alimenticios o posturas
corporales que nos benefician o nos hacen mal, también tenemos determinados
hábitos mentales. Si cultivar el intelecto y saber priorizar un tipo de
pensamientos sobre otro es símbolo de sabiduría, es lógico pensar que regular
las emociones también lo sea. La meditación, dice Davidson, es una buena forma
de adiestrar los sentimientos.
Adaptación al contexto
Sin embargo, no todos los estilos emocionales son igual de fáciles
de modificar ni tienen por qué serlo. Siendo conscientes de las prioridades y
necesidades, es posible adaptar el contexto al estilo emocional. Así, si
alguien no disfruta de trabajar rodeado de gente no deberá considerarlo un
problema, sino buscar la forma de trabajar en un entorno más íntimo.
De nuevo, todo se resume en un: “Conócete a ti mismo”. A las
categorías de “personalidad” o “carácter”, ahora se pueden añadir los “estilos
emocionales”. La diferencia es que este último está científicamente demostrado.
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