A veces, quienes han estudiado la filosofía oriental o han emprendido un camino de desarrollo consciente no acaban de decidirse a emplear la visualización creativa cuando oyen hablar de ella por primera vez. Se plantean el problema de la aparente paradoja entre la idea de «estar aquí y ahora», prescindiendo de ataduras y deseos, y la idea de marcarse objetivos y crear lo que deseamos en la vida. Se trata, como digo, de una paradoja aparente.
Porque, de hecho, no hay ninguna contradicción entre las dos enseñanzas si se entienden a un nivel más profundo
Son dos principios importantes que deben ser prendidos y vividos si se quiere llegar a ser una persona verdaderamente consciente.
Para explicar cómo se complementan, permítanme hacerles partícipes de mi punto de vista con respecto al proceso de desarrollo interior:
En nuestra cultura, la mayoría de la gente se ha visto privada de la conciencia de quiénes son en realidad. Han perdido temporalmente su conexión con lo más elevado de sí, y por lo tanto, han perdido el poder y la responsabilidad respecto a sus propias vidas. En cierta medida, albergan en su interior un sentimiento de indefensión. Se sienten básicamente impotentes para introducir un cambio real en sus vidas o en su entorno. Este sentimiento interiorizado de indefensión provoca una lucha y un forcejeo desproporcionados para conseguir tan sólo un poco de poder o control en su propio mundo.
De ahí que la gente se oriente mucho hacia el logro de objetivos. Se sienten emocionalmente atados a cosas y personas que consideran imprescindibles para ser más felices. Notan que en su interior «falta algo», y se convierten en personas tensas, ansiosas, estresadas, que continuamente tratan de llenar el vacío intentando manipular el mundo exterior para conseguir lo que quieren.
Éste es el estado de ánimo a partir del cual la mayoría de las personas se fija objetivos y trata de crear lo que quiere en la vida. Desgraciadamente, partir de este nivel de conciencia no conduce a nada, porque se pone usted tantos obstáculos que no puede superarlos; y si los vence y logra sus objetivos es sólo para acabar descubriendo que no le aportan ninguna felicidad interior.
Cuando advertimos este dilema es cuando empezamos a abrirnos hacia un camino verdaderamente espiritual. Nos damos cuenta, sencillamente, de que tiene que haber algo más en la vida, y comenzamos a buscarlo.
A lo largo de nuestra búsqueda podemos pasar por fases y experiencias muy diversas, pero acabamos por ir recuperando nuestra propia personalidad. Es decir, volvemos a nuestro verdadero ser, a la naturaleza divina o a la mente universal que existe en todos nosotros. Gracias a esta experiencia acabamos recobrando todo nuestro poder espiritual, y nuestro vacío interior se llena desde dentro.
Volvamos ahora a nuestra supuesta paradoja.
Cuando sale uno del estado de vacío, de preocupación y de manipulación, la primera y más importante lección que se aprende es la de dejar que las cosas sigan su curso. Debe usted relajarse, dejar de forcejear, de esforzarse tanto, dejar de manipular las cosas y las personas para conseguir lo que quiere y necesita. En realidad se trata de dejar de hacer tanto y dedicarse simplemente a ser, al menos por un tiempo.
Si lo hace, descubrirá de pronto que se encuentra estupendamente, porque, de hecho, nos sentimos maravillosamente siendo como somos y dejando que el mundo sea, sin tratar de modificarlo. Ésta es la experiencia básica del principio de estar aquí y ahora, y a esto es a lo que se refiere la filosofía budista con la expresión «librarse de ataduras», que en cierto modo se asemeja al concepto cristiano resumido en la frase: «hágase la voluntad de Dios». Es una experiencia muy liberadora y una de las más importantes para seguir un camino de toma de conciencia respecto a uno mismo.
En cuanto empiece a experimentarlas con cierta frecuencia, abrirá un canal a lo más elevado de sí mismo y, tarde o temprano, gran cantidad de energía creativa natural empezará a fluir a través de usted. Comenzará a ver que es usted mismo quien ya está creando toda su vida y todo lo que le sucede, y se interesará por crear experiencias más gratificantes para sí mismo y para los demás. Empezará a querer centrar su energía hacia objetivos más elevados y de mayor plenitud que le parezcan realizables en cada momento. Advertirá que la vida es básicamente buena, pródiga y alegre, y que lograr lo que quiere sin tensiones ni luchas es parte de un derecho innato derivado del simple hecho de vivir. A partir de este momento es cuando la visualización creativa se convierte en un instrumento de importancia capital.
Hay una metáfora que lo expresa, creo yo, todavía con mayor claridad:
Imaginemos que la vida es un río.
La mayoría de la gente se ajena a la orilla, temerosa
de soltarse y arriesgarse a ser arrastrada por la corriente.
En un determinado momento, todos debemos estar
dispuestos a soltarnos, confiando en que el río nos lleve
sanos y salvos. Si es así, es porque hemos aprendido a
«dejarnos llevar por la corriente», y esa sensación es maravillosa.
En cuanto nos acostumbramos al fluir de la corriente,
podemos mirar hacía delante y marcarnos nuestro propio
curso, sorteando los obstáculos, adentrándonos por
los canales y brazos del río que prefiramos, sin por ello
dejar de «ir con la corriente».
Esta analogía muestra hasta qué punto podemos disfrutar de nuestro aquí y ahora, siguiendo el curso de lo que es, a la vez que nos orientamos conscientemente hacia nuestros objetivos y nos responsabilizamos de nuestras propias vidas.
Recuerde, además, que la visualización creativa es un instrumento que puede ser empleado para cualquier propósito, incluso el del propio desarrollo consciente. Con frecuencia, la visualización creativa es muy útil para hacer de nosotros personas más relajadas, más abiertas, personas que vivimos en el aquí y el ahora sin perder nunca el contacto con nuestra esencia interior.
Benditos seáis con todo lo que desea vuestro corazón.
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