Lo que hemos dado en llamar «la voluntad de Dios» no es más que una invención del hombre para conseguir control sobre los demás. Si estás convencido de que existe una voluntad de Dios separada de la tuya, te verás controlado y dominado por quienes afirman conocer la voluntad de Dios. Si adoptas este sistema de creencias caerás en la trampa de «tu voluntad contra mi voluntad».
Querrás hacer ciertas cosas, pero «la voluntad de Dios» te dictará otras. Expresar amor incondicional y participar en la creación de la propia vida sólo es posible cuando se sabe que Dios no está separado de ti. Tú y Dios sois uno. En el Nuevo Testamento, Jesús les dice a las multitudes: «Yo he dicho: dioses sois», y más tarde: «El que cree en mí, no cree en mí, sino en aquel que me ha enviado; y el que me ve a mí, ve a aquel queme ha enviado» (Juan, 10, 34; 12, 44).
Estar en un estado de unicidad significa saber que el amor incondicional que tiene Dios por toda la creación
es también el amor incondicional que puede haber en ti si así lo decides. Tu libre albedrío es la libertad para abrazar cualquier pensamiento que desees. Ese libre albedrío es el don que te ha dado Dios. Utilízalo con un espíritu de amor sobre el que no se imponga ninguna condición.
El amor que tiene Dios por ti es incondicional. En ese amor que te concede el creador divino no hay
restricción o censura alguna. Dispones de la más completa libertad para hacer lo que quieras, pues tu voluntad y la voluntad de Dios son una misma cosa. Tienes libertad para elegir tus pensamientos dentro de este gran esquema de amor incondicional.
Si tú y el amor de Dios por ti sois una misma cosa, formas parte de una unidad incondicional. Si impones
restricciones a ese amor, o si lo basas en tus juicios y aversiones, lo conviertes en un amor condicionado y te
alejas de la posibilidad de participar en el acto de la creación con Dios. Entras entonces en conflicto con la esencia divina que es Dios, debido a la imposición de condiciones sobre tu capacidad para amar.
Supongamos que Dios decidiera retirar su amor incondicional, tanto por ti como por el mundo e impusiera
en vez de eso ciertas condiciones. En esa clase de mundo, la gente tendría que funcionar sin la libertad de
pensamiento y de expresión. Todo el cosmos se colapsaría en un instante.
La vida fluye con la libertad del amor incondicional. Esa es la esencia misma de la vida. Ninguna divinidad
exige que uno piense de una determinada manera si no quiere verse maldecido o destruido. En nuestro mundo, tenemos libertad incondicional para que nuestros pensamientos sean lo que queramos que sean. Esa es la manera que tiene Dios de expresar su amor por ti, es el don que te ha concedido el creador, expresado a través de tu individualidad. Elimina esa libertad y dejarás de ser humano. Se pierde la propia humanidad cuando se pierde el amor incondicional que nos permite pensar lo que queramos.
Supongamos que puedes funcionar de la misma forma incondicionalmente amorosa, mediante el simple
procedimiento de no emitir juicios. ¿Qué ocurre si no tienes odio y sólo extiendes hacia los demás la libertad para elegir? Experimentarás lo que se denomina «unicidad». Tu voluntad y la voluntad de Dios no entrarán en conflicto.
Los conflictos que experimentas proceden del ego. Tu ego es la idea que tienes de ti mismo como separado
de Dios y de todas las creaciones de Dios. El ego necesita que le recuerden su superioridad sobre los demás. Así es como se crea el conflicto. Pero no tienes por qué participar en esta estupidez. Tu yo superior sólo desea paz y es amor incondicional.
Utiliza este amor para el propósito de la cocreación. Cada momento que creas al irradiar pensamientos
incondicionalmente amorosos es un reflejo del mismo amor que fue el responsable de tu creación. Crear (o
manifestar) es el acto de extraer amor incondicional desde dentro de uno mismo, para darle una forma que
llamamos el mundo de lo concreto. En este sentido, pues, el amor incondicional puede concebirse como el poder para participar en el acto de la cocreación.
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