21 de mayo de 2011

"Una mentira no se vuelve verdad porque todos la crean"

Richard Mason, escribió un superventas a los 19 años y publica 'Una habitación iluminada'
Victor-M Amela, Ima Sanchís, Lluís Amiguet


Tengo 33 años, pero triunfé a los 19, así que ya he cometido las idioteces de la fama. Aunque tengo pasaporte sudafricano, en la escuela antiapartheid de mi madre aprendí que la humanidad es la única nación que no te empequeñece. Hay que hacer política: o la haces o te la hacen .

'Bipolar 2'
“Mi diagnóstico es bipolar 2: para mí no es una enfermedad, es un modo de ser que me permite vivir con una intensidad que muchos no conocerán: uno de mis escolares saca matrícula y me da un subidón; un minuto después mi editor polaco pospone mi libro... Y me hundo. Le dije al psiquiatra que quería suicidarme y respondió: “Lógico, cualquiera que sintiera lo que usted querría matarse, pero aprenderá a controlarse”. Así descubrí un pensamiento poderoso: la libertad. Si tengo esta vida –pienso–, es porque la he elegido; podría ser contable de 8 a 3, pero decidí ser escritor. Cuando estoy mal, recuerdo que me lo he buscado y saboreo la libertad de equivocarme y poder acertar la próxima vez.

La vida es un caos, por eso tendemos a crear una burbuja a nuestro alrededor para dar sentido a las cosas: yo vivía en mi burbuja en Sudáfrica... cuando era niño.

¿Cómo era su burbuja?
 Estaba en la África árida, pero en mi burbuja estaban los paisajes verdes y brumosos de la campiña inglesa y en mi colegio colonial hablábamos con el acento de la reina.

¿Y en sus horas de recreo?
Leíamos a Enid Blyton y jugábamos a rugby y a cricket... mientras ardía Soweto.

¿Salió de su burbuja entonces?
 Gracias a mis padres, que vivían en el mundo, y eran activistas antiapartheid. Cuando estallaron los disturbios, las madres del Soweto arrasado por la violencia o iban a trabajar y abandonaban a sus hijos o se quedaban a protegerlos y perdían el empleo.

¿Qué hicieron sus padres?
Abrieron una escuela ilegal multirracial en casa para cuidar a esos niños mientras sus madres iban a trabajar. Pero la Special Branch (policía secreta) se presentó y un policía afrikáner gigantesco conminó a mi madre a echar a todos los niños negros...

¡Qué miedo tenían a la educación!
 Mi madre se encaró con el policía y le preguntó si el abecedario le parecía peligroso...

Buena pregunta.
 Como mis padres eran conocidos internacionalmente, el régimen no se atrevía a detenerlos, pero los vigilaba. Mi madre a veces perdía los nervios y echaba unas broncas tremendas a los secretas que nos seguían.

Veo que salió usted de la burbuja.
Mis amiguitos se horrorizaban porque yo era antiapartheid, pero mis padres me enseñaron que una mentira no se vuelve verdad porque todos la crean: pensar como todos es más cómodo, pero no más acertado.

Demócrata es lo opuesto a borrego.
No es adoptar las ideas de la mayoría, sino que todos respeten las de todos. Me peleé con mis amiguitos hasta que fuimos a Inglaterra y yo a Eton, Oxford...

Tiene acento oxbridge impecable.
 Hablo como un inglés, pero en aquella escuela prohibida de mamá ya había descubierto que la única nación que no te empequeñece es la de todos los seres humanos.

¿Qué le enseñó Inglaterra?
 Que mi burbuja existía: iglesias milenarias de baldosas borradas por millones de pasos.

El peso de la historia.
 Lo noté. Una conversación no es igual a la luz de candelabros forjados hace cinco siglos: ¿qué amores, locuras, pasiones, asesinatos habrán alumbrado...? El historiador puede averiguar y contar la historia, pero sólo el novelista logra que el lector viva vidas pasadas como si fueran la suya propia.

Usted escribió un superventas a los 19.
En Sudáfrica, cuando nos juntamos dos, contamos historias en cuatro lenguas, y si somos veinte, las historias brotan con una fuerza que las hace sonar como nuevas. Yo hago lo mismo: no escribo novelas, esculpo mis historias siempre a mano.

¿Encajó bien el éxito antes de los 20?
 Los adolescentes sueñan en la última fila de la clase con ser el número uno: yo también soñaba con ser famoso y firmar libros... Pero a mí me sucedió. ¡Lo hice!

¿Y...?
 La fama es como el azúcar, la primera cucharada sabe a gloria y sigues tomando para lograr repetirla hasta que la décima te hace vomitar. The drowning people fue traducido a 20 idiomas y vendí tres millones de libros. No gané tanto dinero como soñaba, pero sí mucho más del que necesitaba...

Pocas necesidades son necesarias.
 Yo hice el idiota hasta que recordé la escuela de mi madre y decidí enviar a cuatro niños sudafricanos a un buen colegio. El apartheid legal ha acabado, pero los niños negros aún no pueden ir a los buenos colegios blancos.

Fue una gran idea.
 Con lo que cuesta un súeter de cachemir –uno bueno– pagas un año de colegio a un niño. Nuestra cultura se empeña en convencerte de que cuantos más suéteres y más caros tengas, mejor te vas a sentir, pero ser niño prodigio famoso me sirvió para descubrir aún joven que eso es falso.

Hoteles exclusivos, gente guapa...
 Lo mejor es que todos te escuchan como si tuvieras algo que decir, aunque sólo sueltes chorradas. Fui portada del Vanity Fair un mes, pero duró mucho más –aún dura– la alegría de graduar a mis escolares. Si pones tu fama a trabajar para los demás, la energía permanece, pero si la dejas en puro ego... Se disuelve como el azúcar.

...
 Por eso transformé esa energía en la Fundación Kay Mason, el nombre de mi hermana, que se suicidó joven.

A usted ahora le veo entusiasta.
 Es que el jueves dormí todo el día... Estaba demasiado subido...

¿...?
 Evito las depresiones de mi ciclo controlando la euforia de los subidones y no sólo la depresión de las bajadas.

Buena táctica.
Ya sabrá que tengo un desorden bipolar, el diagnóstico exacto es bipolar 2.

Lo siento.
No lo sienta. Yo lo siento, pero no lo sufro. No lo considero una enfermedad ni un trastorno, sino simplemente un modo de ser, una parte de mi personalidad. Y me permite vivir con una intensidad que otras personas jamás experimentarán.

No hay comentarios:

Publicar un comentario