19 de marzo de 2012

Lo que es bueno para el alma es bueno para el cuerpo: un argumento centífico


El observador - Andreu Belsunces Gonçalves

El neurocientífico y escritor de best sellers Richard Davidson investigó la conexión entre el cerebro y las emociones, llegando a la conclusión de que estas últimas influyen en la salud y bienestar



La forma en la que nos percibimos y pensamos, tanto en relación a nosotros mismos como a nuestro entorno, depende de muchos factores. Aprendemos a procesar e interpretar nuestros sentimientos en el seno familiar, los ponemos en juego con amigos y parejas, y vemos cómo sienten otras personas no solo en nuestras relaciones, sino también en películas, novelas, canciones o poesías. Las emociones, influidas por nuestra visión de la vida, son la línea directa entre el mundo que nos rodea y nuestro fuero interno.
Tradicionalmente, la reflexión sobre las emociones ha sido fecunda en disciplinas como la psicología, sociología o filosofía, así como en artes como la literatura, manteniéndose generalmente alejada de las llamadas ciencias puras. De hecho, incluso la neurociencia, el conjunto de disciplinas que estudian el funcionamiento del sistema nervioso en busca de explicaciones biológicas de la conducta, han dado prioridad a la forma en la que pensamos, por encima de la manera en la que sentimos.

El más menospreciado
Recientemente, el neurocientífico y escritor de best sellers Richard Davidson, experto en la intersección entre neurociencia y emoción, ha presentado un estudio que da un paso al frente con argumentos contrastados en la creencia popular de que los sentimientos influyen en la salud y bienestar general. Puede sonar a verso de autoayuda new age, pero sus afirmaciones son contundentes.
Las emociones han cumplido una importante función en el proceso evolutivo por formar parte de la experiencia y comportamiento. Según el autor, las emociones surgen en el curso de la evolución por una razón: promover la supervivencia. Facilitan la adaptación del organismo a su entorno. Surgen para solucionar tipos específicos de problemas.
De hecho, aclara Davidson, las emociones no serían una parte tan robusta de nuestra experiencia si no tuvieran un profundo origen evolutivo.
Aún hoy en día, y a pesar de los avances hechos en este campo, muchos psicólogos y científicos piensan que la región del cerebro llamada cortex prefontal, cuya función es coordinar pensamientos y acciones de acuerdo a objetivos determinados, funciona sin demasiada influencia de las emociones. Davidson critica esta perspectiva sentenciando que es un anacronismo asumir que  pensamientos y sentimientos pertenecen a reinos separados.

Estilos emocionales
Del mismo modo que nadie dudaría en pensar que cada uno tiene una forma particular de personalidad, las investigaciones de Davidson sostienen que cada persona tiene también una forma específica de estilo emocional que está determinado por seis componentes.
Las mismas son: la capacidad de recuperarse a la adversidad, de mantener las emociones positivas, de adaptación emocional al contexto, la sensibilidad a las “señales sociales”, la consciencia de uno mismo y de las necesidades propias, y cuán centrado o disperso se es.
En sus investigaciones sobre los efectos de la meditación (entendida como un ejercicio mental) en la capacidad de adaptación que tienen las neuronas al cambio, Davidson se entrevistó con el Dalai Lama. El líder del budismo tibetano le sugirió que, si la neurociencia podía investigar emociones como el miedo o la depresión, también debería poder profundizar en la bondad y la compasión.

Fue por ello que este experto empezó a investigar en qué medida la meditación puede fomentar cambios en el cerebro y promover comportamientos asociados a cualidades positivas de la mente.

Así, y tal como una persona puede ejercitar su cuerpo o aprender a tocar un instrumento, ser feliz también es una capacidad que se puede mejorar, pero como todo, requiere práctica. Cultivando intencionalmente los patrones emocionales, es posible ser responsables de las propias emociones.
Del mismo modo que tenemos hábitos alimenticios o posturas corporales que nos benefician o nos hacen mal, también tenemos determinados hábitos mentales. Si cultivar el intelecto y saber priorizar un tipo de pensamientos sobre otro es símbolo de sabiduría, es lógico pensar que regular las emociones también lo sea. La meditación, dice Davidson, es una buena forma de adiestrar los sentimientos.

Adaptación al contexto
Sin embargo, no todos los estilos emocionales son igual de fáciles de modificar ni tienen por qué serlo. Siendo conscientes de las prioridades y necesidades, es posible adaptar el contexto al estilo emocional. Así, si alguien no disfruta de trabajar rodeado de gente no deberá considerarlo un problema, sino buscar la forma de trabajar en un entorno más íntimo.
De nuevo, todo se resume en un: “Conócete a ti mismo”. A las categorías de “personalidad” o “carácter”, ahora se pueden añadir los “estilos emocionales”. La diferencia es que este último está científicamente demostrado.

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